Pensar el mundo a través de las Escrituras...

domingo, 31 de diciembre de 2017

Entendiendo la teología del Pacto Bautista: El sistema teologico

El pacto de obras

La confesión de 1689[1] no usa el término “pacto de obras” en el punto 7.1. Pero la confesión si lo usa el término en otros capítulos.  

“Aunque los verdaderos creyentes no están bajo la ley como pacto de obras para ser por ella justificados o condenados” La ley de Dios 19:6

“Habiendo sido quebrantado el pacto de obras por el pecado y habiéndose vuelto inútil para dar vida, agradó a Dios dar la pro-mesa de Cristo, la simiente de la mujer, como el medio para llamar a los escogidos, y engendrar en ellos la fe y el arrepentimiento. En esta promesa, el evangelio, en su sustancia fue revelado, y por lo tanto, es eficaz para llevar a los pecadores a la conversión y salvación” Del evangelio y el alcance de su gracia. 20.1

Samuel Waldron en su libro “La exposición de la Confesión de fe de 1689[2]” explica lo siguiente:

“Una lectura superficial de Génesis 2 y 3 podría ver allí solo una sencilla historia bíblica para niños acerca de un hombre, una mujer y una serpiente, y como Dios los castigo por ser traviesos en su huerto. Una valoración más reflexiva comienza a observar características de significado cósmico en este relato. La Biblia confirma esto y considera el relato de Génesis 2 y 3 como básico en cuanto a todo su entendimiento del mundo y la redención. Los puritanos, juntamente con muchos otros teólogos reformados, reconocieron este significado singular y englobaron estos capítulos de Génesis en la formulación teológica definida como el “pacto de obras”. Muchos de sus herederos teológicos han rechazado la designación el “pacto de obras” o bien han tenido serias reservas acerca de la misma. Se ha pensado que entre ellos se encontraban los autores de la confesión de 1689. La ocasión para tal conjetura es que el uso que hace la Declaración de Saboya de la fraseología del “pacto de obras”. En el primer párrafo de su versión de este capítulo es completamente pasada por alto por los que confeccionaron la confesión bautista, aun cuando en otros puntos adoptaron la fraseología de Saboya. Esa tendencia teológica parece confirmarse cuando los mismos términos que se utilizan en los párrafos 7:2 y 19:1 de la confesión de Westminster y la declaración de Saboya no se adoptan en los textos paralelos de la confesión de 1689.

El problema con esta conjetura es que tanto en el párrafo 19:6 como en el 20:1 la confesión Bautista retiene la frase “pacto de obras”. Una interpretación de esta aparente ambivalencia en las mentes de los hombres que la redactaron seria concluir que los autores de la confesión de 1689 tenían ciertos recelos acerca de la terminología y, sin embargo, estaban de acuerdo con mucho de lo que popularmente significaba. Yo mismo me encuentro en la misma posición y, por tanto tal interpretación me atrae. Uno de mis estudiantes, sin embargo, ha aportado un dato determinante de que tal interpretación está equivocada. Ha descubierto una evidencia considerable de que muchos de los más importantes firmantes de la Confesión Bautista aprobaban el uso del término “Pacto de Obras[3]”.

Por lo tanto podemos decir con seguridad que los Bautistas Particulares si usaron el termino de “pactos de obras”. Este término sirve para explicar que Dios hizo un pacto con Adán con la condición de una obediencia absoluta a la cual el no obedeció. Debido a eso el hombre está completamente contaminado por el pecado, todas sus facultades están contaminadas (Gen 6:5; Jer 17:9; Rom 3:10-18; Efe 2:1-4) Esto hace que para el hombre sea imposible justificarse por sí mismo[4].


El pacto de gracia

La confesión de 1689[5] en el capítulo 7 comienza estableciendo que para el hombre era imposible salvarse así mismo, por tanto Dios hizo un pacto para salvar al hombre.

“La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las criaturas racionales le deben obediencia como su Creador, éstas nunca podrían haber logrado la recompensa de la vida a no ser por alguna condescendencia voluntaria por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de pacto”.

“Además, habiéndose el hombre acarreado la maldición de la ley por su Caída, agradó al Señor hacer un pacto de gracia, en el que gratuitamente ofrece a los pecadores vida y salvación por Jesucristo, requiriéndoles la fe en él para que puedan ser salvos, y prometiendo dar su Espíritu Santo a todos aquellos que son ordenados para vida eterna, a fin de darles disposición y capacidad para creer”.

Samuel Waldron en su libro “La exposición de la Confesión de fe de 1689[6]” explica lo siguiente:

“Es apropiado hacer varias observaciones preliminares. En primer lugar, debemos guardarnos de disputar acerca de mera terminología. Lo importante no son las palabras que utilizamos, sino si estamos de acuerdo con los conceptos que hay detrás de estas palabras. En segundo lugar, debemos guardarnos de rechazar engreída y prematuramente los venerables conceptos teológicos. Nuestros padres de la fe, tanto presbiterianos como bautistas, consideraron “El pacto de gracia” como un concepto teológico crucial y ese término esta incrustado en sus confesiones. Debemos tener cuidado antes de mostrar desacuerdo con ellos y rechazar la frase. En tercer lugar, debemos guardarnos de pensar que la terminología no es importante. Las palabras con que expresamos nuestros conceptos pueden o bien expresar con exactitud la verdad y nuestro entendimiento de la misma o bien llevar a conclusiones erróneas a otros.

El “pacto de gracia” es considerado en este capítulo como el fundamento de la salvación del pecador; desde la Caída de Adán en adelante. Esto está implícito en la afirmación del párrafo 2 de que fue hecho tras la caída de Adán. Se afirma explícitamente en la declaración del párrafo 3 que “es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los descendientes de Adán caído son  salvados obtienen vida e inmortalidad bienaventurada”.

La Biblia, sin embargo, nunca utiliza la palabra “pacto” para referirse a un Pacto de gracia que abarque toda la historia humana. Cada uso del término referido a un pacto divino en la Biblia se refiere a un pacto hecho por Dios en alguna época histórica específica. Ninguno de estos pactos puede equipararse simplemente con lo que la confesión describe como “El Pacto de Gracia”. Los presbiterianos han hablado a menudo como si el pacto con Abraham fuera el pacto de gracia, pero esa identificación ignora sus elementos típicos y su principio en la vida de Abraham, no inmediatamente después de la caída. El Nuevo Pacto ha sido a veces equiparado al pacto de gracia. Como observa la confesión “La plena revelación” del Pacto de gracia se completo en “el Nuevo Testamento”. Sin embargo, está claro que el Nuevo Pacto fue inaugurado en los acontecimientos que rodearon al primer advenimiento de Cristo (Jer 31:31; He 8:13) Por tanto es crucial mantener una clara distinción entre el Pacto de gracia y los pactos bíblicos divinos. Los pactos divinos sugirieron, sin duda, esta terminología, pero ninguno de ellos debe ser equiparado con él.

Esta innegable realidad exegética  ha sido utilizada como base para rechazar el uso de la frase “El pacto de gracia”. Tal rechazo es infundado. Otros términos teológicos útiles y necesarios (Por ejemplo los términos “trinidad e “inerrancia”) no tienen un precedente bíblico explicito. Si bien puede admitirse que el uso de un término bíblico para describir algo aparte de lo que describe la Biblia es de alguna manera motivo de confusión, sigue siendo cierto que la frase “El Pacto de Gracia” es una verdad bíblica. Además, se refiere a una verdad bíblica íntimamente relacionada con los pactos divinos. Esa verdad es que el camino o plan de la salvación ha sido uno y el mismo en todas las eras del mundo. En la revelación de este plan de salvación, todos los pactos divinos estaban implícitos. Estos eran sus administraciones históricas. Podría ser deseable que existiera una terminología mejor para describir la realidad. Ninguna terminología así ha conseguido, sin embargo, la aceptación general o el impulso histórico de la designación “El Pacto de Gracia”. Este apoyo ha de hallarse en la unidad de los pactos divinos mencionados anteriormente. Esta cuestión debe tratarse ahora directamente observando la unidad orgánica y la unidad temática de los pactos[7].

Adán al desobedecer el mandato, cayó bajo la maldición de la ley (Dt 27:26; Gal 3:13) y como representante de toda la humanidad. Todos los hombres pecaron (Rom 5:12) Por eso solamente Cristo con su condescendencia voluntaria y su amor hizo un pacto de gracia para salvar a los pecadores.


Lo que estamos de acuerdo con la teología del pacto presbiteriana

Terminología: Hay un acuerdo entre Presbiterianos y Bautista Reformados en el uso de la misma terminología. Ambos creemos que “el pacto de obras y el pacto de gracia” es parte de una básica y clara de la teología del pacto.

La unidad orgánica de los pactos significa que dependen y surgen los unos de los otros. Los pactos divinos no son entes independientes. Son todos fases en el crecimiento de la misma planta. El pacto con Noé proporciona el contexto estable en que puede trazarse el propósito de Dios expresado en los pactos posteriores (Gen 8:20-9:7). El pacto mosaico es orgánicamente dependiente del pacto con Abraham. Las bendiciones especificas del pacto Abraham (Gen 12:1-3; 15:1-7; 18-21; 17:1-8) comenzaron a cumplirse bajo el pacto mosaico (Ex 1:6-7; 2:23-25; 6:2-8; Dt 1:8-11) La misericordia de Dios para con Israel se debió al pacto con Abraham (Ex 32:12-13) A la inversa, las bendiciones del pacto abrahamico dependían de la obediencia del pacto mosaico (Dt 7:12-13; 11:13-17). Las bendiciones mencionadas en estos pasajes fueron prometidas originalmente en el pacto Abrahamico, pero posteriormente dependen de la obediencia al mosaico. ¡Cuán imposible es llamar al pacto con Abraham un Pacto de Gracia, y al pacto mosaico un Pacto de obras! Porque son inseparables. El pacto con David esta orgánicamente relacionado con los de Abraham y Moises. Deuteronomio 17:14-20 enseña que la monarquía davídica está estrechamente relacionada con los pactos mosaicos y abrahamico. 1 Reyes 2:2-4 indica que la obediencia al pacto mosaico era necesaria para alcanzar las promesas hechas a David. El Nuevo Pacto esta orgánicamente relacionado con todos los pactos precedentes (Eze 37:24-28; Luc 1:72-73; Hech 13:32-34; Heb 8:10)

La unidad temática de los pactos significa que tienen un solo tema o propósito final. El texto que representa y resume este punto en Efesios 2:12, que traducido literalmente habla de “Los pactos de la promesa”. No está claro a qué promesa especifica puede haber tenido Pablo en mente, pero está claro que todos los pactos eran el desarrollo de una sola promesa, no muchas promesas. Esta unidad temática puede verse en una repetida frase o tema clave que aparece en los pactos divinos: “Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Gen 17:7-8; Exo 25:8; 6:6-7; 2 Sam 7:14; 2 Cro 23:16; Jer 31:33; Apo 21:3)[8]

El pacto de gracia prometido

“Este pacto se revela en el evangelio; en primer lugar, a Adán en la promesa de salvación a través de la simiente de la mujer, y luego mediante pasos adicionales hasta completarse su plena revelación en el Nuevo Testamento; y tiene su fundamento en aquella transacción federal y eterna que hubo entre el Padre y el Hijo acerca de la redención de los escogidos; y es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los descendientes del Adán caído que son salvados obtienen vida y bendita inmortalidad, siendo el hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado por Dios bajo aquellas condiciones en las que estuvo Adán en su estado de inocencia[9]

Este es el corazón de la teología del pacto Bautista y es lo que nos diferencia de la teología del pacto Presbiteriana. Para nosotros el pacto de gracia se va revelando progresivamente a través de los diferentes pactos históricos que nos relata las Escrituras.  Los bautistas desde el principio rechazaron la formula Presbiteriana.

"el Antiguo Pacto y el Nuevo Pacto difieren en sustancia y no solo en la forma de la administración" Nehemias Coxe

Aunque se comparte la unidad orgánica y temática del pacto de Gracia a través de las Escrituras, como Bautistas rechazamos la formula presbiteriana que de “un pacto de gracia en diversas (o dos administraciones) por el simple hecho de no ser una “fórmula bíblica”. En palabras de Pink:

“Cada pacto de Dios con el hombre prefiguraba algún elemento del pacto eterno concertado con Cristo desde antes de la fundación del mundo en favor de sus escogidos. Los pactos de Dios con Noé, Abraham y David exhibían diferentes aspectos del pacto de gracia tan cierto como los distintos utensilios del tabernáculo tipificaban determinadas características de la persona y obra de Cristo. Sin embargo, tal como esos utensilios tenían un uso puntual e inmediato, los pactos concernían tanto a lo carnal y terrenal como a lo espiritual y celestial. Este hecho doble queda ilustrado y ejemplificado en el pacto que estamos considerando. Su aspecto literal y externo ya se conoce bien, así que no precisamos extendernos más. El sello y señal del pacto – el arcoíris – y su promesa fueron cosas visibles y tangibles; cosas que el hombre por sus sentidos comprueba hasta el día de hoy[10]



El pacto de gracia prometido en los otros pactos

La confesión habla de que la primera vez que aparece el pacto de gracia prometido en después de la caída (llamado comúnmente “protoevangelio Gen 3:15 y se cumplido en Cristo Romanos 16:20) el “árbol de la vida” es la señal del pacto de obras (Apo 2:7; 22:14).  Arthur Pink hace una interesante conexión entre Adán y Cristo en este pacto:

El acuerdo que el Padre concertó con el Mediador desde antes de la fundación del mundo fue prefigurado en Edén en los siguientes puntos:
1. Adán, aquel con quien se concertó el pacto, entró al mundo como ningún otro. Sin ser engendrado de padres humanos fue producido milagrosamente por Dios; así también Cristo.
2. Nadie sino Adán de entre toda la raza humana entró a este mundo con una complexión pura y una naturaleza santa; así también sucedió con Cristo.
3. Su esposa fue tomada de él, de modo tal que hasta pudo decir: “Esta es ahora hueso de mis huesos, y carne de mi carne” (Gen.2:23); de la novia de Cristo se dice: “somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” (Ef.5:30).
4. Adán se identificó voluntariamente con su esposa caída. Él no fue engañado (1 Tim.2:14), sino que amaba a Eva de tal modo que no podía verla perecer sola; y de igual modo, Cristo tomó voluntariamente sobre sí los pecados de su pueblo (cf. Ef.5:25).
5. En consecuencia de esto, Adán cayó bajo la maldición de Dios; de igual modo, Cristo soportó la maldición de Dios (cf. Gal.3:13).
6. El padre de la humanidad era cabeza federal de ellos; así Cristo, el “postrer Adán”, es cabeza federal de su pueblo.
7. Lo que hizo Adán fue imputado a todos sus representados; lo mismo sucede con Cristo: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos” (Rom.5:19[11]).

La confesión continua con y luego mediante pasos adicionales”. Esto se refiere a los otros pactos bíblicos que hay en las Escrituras que van prometiendo el pacto de gracia. El pacto de Noé (Gen 6:18; 9:9-11) el arcoíris es la señal del pacto (Gen 9:12-17) Arthur Pink habla de que el pacto de Noé prefiguraba la salvación en Cristo.  

“Noé atravesando a salvo el diluvio en el arca era un tipo de la salvación. Y esto lo decimos con aval de la Sagrada Escritura: véase 1 Pedro 3:20-21. Noé y sus hijos fueron librados de la ira Divina que destruyó al resto del mundo y ahora permanecían en aquello que, típicamente, era suelo de resurrección. Sí, habiendo sido barrida y limpiada la tierra por la escoba del juicio divino, e inaugurándose un nuevo comienzo en su historia, la familia salvada salió del arca a pisar lo que virtualmente era suelo de una nueva creación. He aquí otro punto en el cual nuestro presente tipo apunta a realidades más elevadas de lo que hasta ahora lo hacían los tipos anteriores. La herencia de los santos tiene lugar en conexión a la nueva creación (1 Pe.1:3-4). Así, pues, estamos en condiciones de considerar las bendiciones de los herederos tipo[12]

“Noé es figura de Cristo. Primero, como el que remueve la maldición de una tierra corrompida, y como el dador del reposo a los fatigados de su labor y del trabajo de sus manos y compungidos de corazón (Gén.5:29; Mat.11:28). Segundo, como heredero de la nueva tierra, donde “no habrá más maldición” (Gén.8:21; Ap.22:3). Tercero, como aquel en cuyas manos todo era entregado (Gén.9:2; Juan 17:2; Heb.1:2). Los hijos de Noé, o su simiente, eran figura de la iglesia. Con él fueron “bendecidos” (Gén.9:1; cf. Ef.1:3); con él se les dio dominio sobre todas las criaturas inferiores: así, los santos fueron hechos “reyes y sacerdotes para Dios” (Ap.1:6, RVR´60), y “reinarán con él” (2 Tim.2:12). Con él fueron mandados a ser “fecundos” y “poblar [procrear] en abundancia” (Gén.9:7): así, los cristianos habrán de abundar en frutos y en toda buena obra. El hecho de que este pacto fuera uno absoluto o incondicional nos habla de la inmutabilidad de nuestra bienaventuranza en Cristo[13]

El pacto con Abraham (Gen 15:18; Gen 17:2) en donde la señal es la circuncisión (Gen 17:11) Arthur Pink nos dice como el pacto Abrahamico prefiguraba a Cristo y su pacto eterno:

“Ahora, solo nos resta indicar en qué aspectos el pacto Abrahámico prefiguraba al pacto eterno. Primero, anunciaba el alcance global de la misericordia divina: gente de todas las naciones figuran en los escogidos por gracia. Segundo, daba a conocer el tronco designado del cual vendría el Mesías y Mediador. Tercero, anunciaba que únicamente la fe podía asegurar tener parte en las bendiciones prometidas por Dios. Cuarto, en la figura de Abraham como padre de todos los creyentes se prefiguraba el hecho de Cristo como el Padre de su simiente espiritual (Isa.53:10-11). Quinto, en el llamado de Abraham a dejar su tierra y su parentela, y pasar a ser peregrino en tierra extraña, se tipificaba a Cristo dejando los cielos para morar en la tierra. Sexto, como el “heredero del mundo” (Rom.4:13), Abraham prefiguraba a Cristo como el “heredero de todas las cosas” (Heb.1:2). Séptimo, en la promesa de darle Canaán a su descendencia, tenemos una figura de la herencia celestial que Cristo adquirió para su pueblo[14]

El pacto con Moisés o Mosaico (Exo 19:5; 24:7-8; Dt 5:2). Arthur Pink nos dice que el pacto Mosaico prefiguraba a Cristo.

“Al concertar el pacto Sinaítico con la nación de Israel, la Iglesia de Cristo fue allí prefigurada en su carácter corporativo. Al tratar todos sus asuntos con Israel por medio de Moisés, Dios indicaba que recibimos todas las bendiciones por medio “[del] mediador de un mejor pacto” (Heb.8:6). Al redimir primeramente a Israel de Egipto y entonces ponerlos bajo la ley, Dios indicaba que Su gracia reina “por medio de la justicia” (Rom.5:21). Al tomar sobre Sí el oficio de Rey (Deu.33:5), Dios enseñaba que exige sumisión (obediencia) implícita de su pueblo. Al poner el tabernáculo en medio de Israel, Dios revelaba el lugar de cercanía con Él al cual nos introdujo. Por las varias instituciones de la ley ceremonial, aprendemos que “sin la santidad nadie verá al Señor”. Al introducir a Israel a la tierra de Canaán, Dios proporcionó una imagen de nuestra herencia celestial[15]

 

El pacto Davídico (2 Sam 23:5; 2 Cro 7:18) Arthur Pink comenta como el pacto davídico prefigura a Cristo:

Las “misericordias firmes a David” eran las cosas prometidas al David antitípico en Salmos 89:28-29, y así. Que no es al David natural o hijo de Isaí al que ahí se tiene en vista, resulta claro al tomar en cuenta algunas observaciones. Primero, el David natural había muerto siglos atrás. Segundo, este David cuyas misericordias eran firmes, estaba aún por venir cuando el profeta escribió esto, como se ve por los versículos 4 y 5. Tercero, nadie sino el Mesías, el Señor Jesús, responde a todo lo allí predicado. Finalmente, toda duda es plenamente removida cuando el apóstol cita este versículo en Hechos 13:34, al decir “y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: os daré las misericordias fieles [firmes] de David”. De este modo, las “misericordias firmes” del verdadero David significaban que Dios lo levantaría de la muerte para vida eterna. Esas “misericordias firmes”, Isaías las refiere a todos los fieles como las bendiciones del pacto y por ende, pueden ser entendidas como todos los beneficios salvíficos derramados sobre los creyentes en esta vida o en la venidera. Esto no debería generarnos ningún inconveniente. Esas “misericordias” pertenecían a Cristo por la promesa del Padre y por sus propios méritos; y al resucitar, se hicieron posesión suya definitivamente teniendo en él su fundamento (2 Cor.1:20). Y de él las recibimos todas (Juan 1:16; 16:14-16). Las promesas fluyen a través de Cristo a todo aquel que cree, y así es como son hechas “firmes” a toda su simiente (Rom.4:16). Fue el pacto el que proveyó una base sólida de misericordia a la familia del Redentor y ni una de estas bendiciones puede ser revocada (Rom.11:32). Dios juró derramar esas “misericordias firmes” sobre la familia o simiente espiritual de David (2 Sam.7:15-16; Sal.89:2, 29-30), y fueron cumplidas con la venida de Cristo y el establecimiento de su reinado en su resurrección, tal como lo enseña Hechos 13:34: por cuanto su vuelta de la tumba constituía el paso necesario para la asunción de su poder soberano. Dios no solamente dijo “he aquí, lo he puesto por testigo a los pueblos”, sino también “por guía y jefe de las naciones” (vs.4). En Apocalipsis 1:5 y 3:14 Cristo es visto como el “testigo” y otra vez, en Juan 18 dice a Pilato “mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían” (vs.36). No es un reino basado en el uso de armas, como lo fue el de David, sino en el poder de la verdad (véase vs.37). Cristo, tras resucitar, se convirtió en “jefe” (Mat.28:18-19). Como claramente dijeron los apóstoles: “A éste Dios exaltó a su diestra como Príncipe y Salvador” (Hch.5:31). Es el hecho de que empuña el cetro real, lo que garantiza a su pueblo el cumplimiento de todas las promesas que Dios el Padre le hizo – “las misericordias firmes a David”. “He aquí (dice Dios al David antitípico, nombrado en el versículo anterior como “testigo” y “jefe”, y mostrando que esto era aún futuro en los tiempos de Isaías), llamarás a una nación que no conocías (el reino de Dios os será quitado y será dado a una nación que produzca sus frutos, Mat.21:43; La “nación santa” de 1 Pe.2:9), y una nación que no te conocía, correrá a ti…” (vs.5), lo cual, obviamente, se refiere al presente llamamiento de los gentiles[16]

El nuevo pacto (Jer 31:31-34; 32:37-40; 33:14-16) cumplido por Cristo (Mt 26:26-29; Mc 14:22-25; Luc 22: 20-23) explicado por el libro de Hebreos (8:6-13) Arthur Pink nos dice como este “Nuevo pacto” prefigura el pacto eterno de Cristo:

“La primera entrada hecha del nuevo pacto fue hecha por la misión de Juan el Bautista, que fue enviado a preparar el camino del Mesías y, por ende, su misión fue nombrada como el principio del evangelio (Marcos 1:1-2). Hasta su aparición, los judíos estaban todos completamente ligados al pacto Sinaítico, sin ninguna modificación o adición en ninguna de las ordenanzas de culto. Pero su ministerio fue ideado para prepararlos y hacer que miraran hacia el cumplimiento de la promesa de Dios referente a hacer un nuevo pacto. Por ende, él llamó a la gente a que no descansen ni se apoyen en los privilegios del antiguo pacto, predicándoles la doctrina del arrepentimiento e instituyendo una nueva ordenanza de adoración: el bautismo; por el cual podían ser iniciados a una nueva condición y relación con Dios; señalándoles al Cordero predicado. Este era el comienzo del cumplimiento de Jeremías 31:31-33 (compárese con Luc.16:16). Segundo, la encarnación y el ministerio personal del Señor Jesucristo mismo fue una gran etapa y eminente avance en su desarrollo. Cierto, aún continuaba la dispensación del antiguo pacto, porque Él mismo, nacido de mujer, fue nacido bajo la ley (Gál.4:4), rindiéndole obediencia y observando todos sus preceptos e instituciones. Sin embargo, su encarnación puso un hacha en la raíz de la dispensación entera. De ahí que al momento de su nacimiento fuese anunciada desde el cielo la sustancia del nuevo pacto, indicando que estaba en sus vísperas (Luc.2:13-14). Pero fue hecho más evidente todavía un tiempo después con Su ministerio público; en donde toda su doctrina fue preparatoria para la introducción inmediata de este pacto. Las pruebas que Él da de Su Mesianeidad, el cumplimiento que hace de las profecías acerca de Él, fueron todos signos de que Él era el Mediador designado de ese pacto. Tercero, una vez preparado el camino para su introducción, el pacto fue solemnemente promulgado y confirmado en y mediante Su muerte, porque allí ofreció a Dios el sacrificio sobre el cual fue establecido; y a partir de ahí, la promesa se convirtió, propiamente, en un testamento (Heb.9:14-16). En este pasaje, el apóstol muestra cómo el derramamiento de la sangre de Cristo se correspondía con aquellos sacrificios cuya sangre era rociada al pueblo y al libro de la ley en confirmación del primer pacto. La cruz, entonces fue el centro donde se reunieron todas las promesas de gracia, y de donde todas cobran su eficacia. De ahí en más, el antiguo pacto y su administración, tras haber recibido pleno cumplimiento, carecen de vigor (Ef.2:14-16; Col.2:14- 15); permaneciendo solo por la paciencia de Dios, hasta ser quitadas en Su tiempo y a Su modo. Cuarto, este nuevo pacto se ve plenamente realizado y establecido en la resurrección de Cristo. Dios no hizo el primer pacto simplemente para que continuara por período, muriera y fuera arbitrariamente quitado. No, la economía levítica tenía un fin específico que concretar y nada podía ser quitado hasta que el propósito de Dios se viera cumplido. Ese propósito era doble: (1) el cumplimiento perfecto de la justicia que la ley pedía, (2) y el padecimiento de su maldición. Lo primero se vio cumplido en la obediencia perfecta de Cristo (garantía del pacto), obrada por aquellos con quienes el pacto fue hecho. Lo otro fue soportado por Él en Sus padecimientos. Y Su resurrección fue la evidencia pública de quedar libre de la ley por haberla cumplido a la perfección. Entonces, el antiguo pacto expiró y su sistema de culto fue mantenido durante algunos años solo por la paciencia de Dios para con los judíos. Quinto, la primera promulgación formal del pacto, como realizado y ratificado, fue en el día de Pentecostés siete semanas después de la resurrección de Cristo. De forma notable esto se correspondió con la promulgación de la ley desde el Sinaí, porque pasó la misma cantidad de tiempo desde su salida de Egipto. De Pentecostés en adelante, las ordenanzas de culto y todas las instituciones del nuevo pacto se hicieron obligatorias a todos los creyentes. Allí la iglesia fue absuelta de toda ordenanza propia del viejo pacto y su adoración, aunque no era todavía tan claro en sus conciencias. Cuando Pedro dijo a sus oyentes que se compungieron de corazón que la promesa era para ellos y para sus hijos, les estaba anunciando el nuevo pacto a los miembros de la casa de Judá, a ellos y a todos los que están lejos (compárese con Dan.9:7), alcanzando a los dispersos de Israel. Y cuando añadió “Sed salvos de esta perversa generación” (Hech.2:39-40), dio a entender que el antiguo pacto había envejecido y estaba por desaparecer. Sexto, esto fue confirmado en Hechos 15:23-29. Solo nos resta decir unas palabras en cuanto al pacto original y el pacto final. Es importante que distingamos claramente entre el pacto eterno que Dios hizo de antes de la fundación del mundo, y el pacto Cristiano que instituyó en los últimos días de la historia del mundo. Primero, el uno fue hecho en la eternidad pasada, el otro se realiza en el tiempo. Segundo, el primero fue hecho únicamente con Cristo, el otro es hecho con todo Su pueblo. Tercero, el primero es incondicional en cuanto a nosotros concierte, el otro prescribe ciertos términos que debemos cumplir. Cuarto, bajo el primero Cristo es el heredero, bajo el otro los cristianos son herederos: en otras palabras, la herencia que Cristo consiguió al cumplir los términos del pacto eterno nos es ahora administrada por Él en la forma de un testamento[17]

Luego la confesión dice “hasta completarse su plena revelación en el nuevo testamento”. Esto simplemente significa que en Jesucristo se reveló plenamente el pacto de gracia (La revelación progresiva Hebreos 1:1-2; Romanos 16:25-27; Efesios 2:12; 3:5; Tito 1:2-3)

La confesión sigue y dice: “y tiene su fundamento en aquella transacción federal y eterna que hubo entre el Padre y el Hijo acerca de la redención de los escogidos; y es únicamente a través de la gracia de este pacto como todos los descendientes del Adán caído que son salvados obtienen vida y bendita inmortalidad, siendo el hombre ahora totalmente incapaz de ser aceptado por Dios bajo aquellas condiciones en las que estuvo Adán en su estado de inocencia”

Con esto se apunta al pacto de redención establecido en la eternidad (Efe 1:3; 2 Tim 1:9; Juan 6:38-40; 10:18) y lo bajo la condición de fe y arrepentimiento pueden ser salvos (Mt 3:2; 4:17; Mc 1:15; Hechos 3:19)  

La implicancia de la teología del pacto Bautista

Las implicancias de la teología del pacto Bautista son eclesiológicas. Esto quiere decir que consideramos miembro de la iglesia a aquellos por los cuales Cristo murió y les concedió fe. Por eso mismo rechazamos el Bautismo de infantes, porque está basado en una interpretación errada del pacto de gracia. Es claro que la promesa del nuevo pacto es donde solamente hay creyentes:

“Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” Jeremías 31:33-34
La promesa del pacto de gracia es cumplida en Jesucristo, por tanto solamente los creyentes que evidencia fe son quienes deben bautizarse y eso no incluye a los infantes (Mt 28:19-29)



[1] https://www.chapellibrary.org/files/archive/pdf-spanish/lbcos.pdf
[2] http://editorialperegrino.com/tienda/doctrina-y-teologia-/1597-exposicion-de-la-confesion-bautista-de-fe-de-1689-9781932481266.html
[3] Samuel Waldron. Exposición de la Confesión Bautista de fe de 1689. Páginas 130-131
[4] Ver punto 6 de la confesión “De la caída del hombre del pecado y su castigo”
[5] https://www.chapellibrary.org/files/archive/pdf-spanish/lbcos.pdf
[6] http://editorialperegrino.com/tienda/doctrina-y-teologia-/1597-exposicion-de-la-confesion-bautista-de-fe-de-1689-9781932481266.html
[7] Samuel Waldron. Exposición de la Confesión Bautista de fe de 1689. Páginas 147- 151
[8]  Samuel Waldron. Exposición de la Confesión Bautista de fe de 1689. Páginas 147-151
[9] https://www.chapellibrary.org/files/archive/pdf-spanish/lbcos.pdf
[10] Arthur Pink. Los pactos divinos. Página 80.
[11] Arthur Pink. Los pactos divinos. Páginas 64-65.
[12] Arthur Pink. Los pactos divinos. Página 76.
[13] Arthur Pink. Los pactos divinos. Página 85.
[14] Arthur Pink. Los pactos divinos. Página 149.
[15] Arthur Pink. Los pactos divinos. Página 222.
[16] Arthur Pink. Los pactos divinos. Páginas 279-280.
[17] Arthur Pink. Los pactos divinos. Páginas 340-342 
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